DECIR SÍ, de GRISELDA GAMBARO (pieza teatral estrenada en 1981)
Interior de una peluquería. Una ventana y una
puerta de entrada. Un sillón giratorio de peluquero, una silla, una mesita con tijeras, peine,
utensilios para afeitar.
Un paño blanco, grande, y unos trapos sucios. Dos tachos en el suelo, uno grande, uno chico, con tapas. Una escoba y
una pala. Un espejo movible de pie. En el suelo, a los pies del sillón, una
gran cantidad de pelo cortado. El peluquero espera su último cliente del día, bojea una
revista sentado en el sillón. Es un hombre grande, taciturno, de gestos lentos. Tiene
una mirada cargada, pero inescrutable. No saber lo que hay detrás de esa mirada es lo que
desconcierta. No levanta
nunca la voz, que es triste, arrastrada. Entra Hombre, es de aspecto muy tímido e inseguro.
HOMBRE. -Buenas tardes.
PELUQUERO (levanta los ojos de la revista, lo mira. Después de
un rato.) —...tardes... (no se mueve.)
HOMBRE (intenta una sonrisa, que no obtiene la menor
respuesta. Mira su reloj furtivamente. Espera. El Peluquero arroja la revista
sobre la mesa, se levanta como con furia contenida. Pero en lugar de ocuparse
de su cliente, se acerca a la ventana y dándole la espalda, mira hacia afuera.
Hombre, conciliador.) — Se nubló. (Espera. Una pausa) Hace calor, (Ninguna respuesta. Se afloja
el nudo de la corbata, levemente nervioso. El Peluquero se vuelve, lo mira,
adusto. El Hombre pierde seguridad.) No tanto... (Sin acercarse, estira el cuello hasta la ventana) Está despejado. Mm... mejor. Me
equivoqué.
(El Peluquero lo
mira, inescrutable, inmóvil.) Quería..., (Una
pausa. Se lleva la mano a la cabeza con un gesto desvaído.) Sí... sí o es tarde... (El Peluquero lo mira sin
contestar. Luego le da la espalda y mira otra vez por la ventana. Hombre,
ansioso.) ¿Se nubló?
PELUQUERO (un segundo inmóvil. Luego se vuelve. Bruscamente).
— ¿Barba?
HOMBRE (rápido). —No, barba, no. (Mirada inescrutable.) Bueno... no sé. Yo... yo me
afeito. Solo. (Silencio
del Peluquero). Sé que no es cómodo, pero... Bueno, tal vez me haga la barba. Sí, sí,
también barba. (Se acerca
al sillón. Pone pie en el posapié. Mira al peluquero esperando el ofrecimiento.
Leve gesto oscuro del Peluquero. Hombre no se atreverá sentarse. Saca el pie.
Toca el sillón tímidamente.) Es fuerte este sillón, sólido. De... de madera. Antiguo. (El Peluquero no contesta.
Inclina la cabeza y mira fijamente al asiento del sillón. Hombre sigue la
mirada del Peluquero. Ve pelos cortados sobre el asiento. Impulsivamente los
saca, los sostiene en la mano. Mira al suelo...) ¿Puedo?... (Espera. Lentamente, el Peluquero
niega con la cabeza. Hombre, conciliador.) Claro, es una porquería. (Se da cuenta de que el suelo está lleno de cabellos
cortados. Sonríe confuso. Mira el pelo en su mano, el suelo, opta por guardar
los pelos en su bolsillo. El Peluquero, instantánea y bruscamente, sonríe.
Hombre aliviado,) Bueno… pelo y... barba, sí, barba. (El Peluquero, que cortó su sonrisa bruscamente,
escruta el sillón. Hombre lo imita. Impulsivamente, toma uno de los trapos
sucios y limpia el asiento. El Peluquero se inclina y observa el respaldo,
adusto. Hombre lo mira, sigue luego la dirección de la mirada. Con otro rapto,
impulsivo, limpia el respaldo. Contento.) Ya está. A mí no me molesta... (El Peluquero lo mira,
inescrutable. Se desconcierta.) dar una mano... Para eso estamos, ¿no? Hoy me toca a
mí, mañana a vos. ¡No lo estoy tuteando! Es un dicho... que anda por ahí. (Espera. Silencio e
inmovilidad del Peluquero.) Usted... debe estar cansado. ¿Muchos clientes?
PELUQUERO (parco). -Bastantes.
HOMBRE (tímido.) —Mm... ¿me siento? (El Peluquero lo mira,
inescrutable) Bueno, no es
necesario. Quizás usted esté cansado. Yo, cuando estoy cansado... me pongo de
mal humor... Pero como la peluquería estaba abierta, yo pensé... Estaba abierta,
¿no?
PELUQUERO. -Abierta.
HOMBRE (animado). — ¿Me siento? (El Peluquero niega con la
cabeza, lentamente, Hombre.) En resumidas cuentas, no es… necesario. Quizás usted corte de parado. A mí, el
asado me gusta comerlo de parado. No es lo mismo, claro, pero uno está más
firme. ¡Si tiene buenas piernas! (Ríe. Se interrumpe.) No todos... ¡Usted sí! (El Peluquero no lo atiende. Observa fijamente el
suelo. Hombre sigue su mirada. El Peluquero lo mira como esperando determinada
actitud. Hombre recoge rápidamente la alusión. Toma la escoba y barre. Amontona
los pelos cortados. Mira al Peluquero, contento. El Peluquero vuelve la cabeza
hacia la pala, apenas sí señala un gesto de la mano. El Hombre reacciona
velozmente. Toma la pala, recoge el cabello del suelo, se ayuda con la mano.
Sopla para barrer los últimos, pero desparrama los de la pala. Turbado, mira
fugazmente al Peluquero, y con la ayuda de un pañuelo que saca del bolsillo,
termina de juntarlos sobre la pala. Se incorpora, sosteniendo la pala. Mira a
su alrededor, ve los tachos, abre el más grande. Contento.) ¿Los tiro aquí? (El Peluquero niega con la
cabeza. Hombre abre el más pequeño.) ¿Aquí? (El peluquero asiente con la cabeza. Hombre animado.) Listo (Gran sonrisa.) Ya está. Más limpio, Porque si se amontona la mugre
es un asco. (El
Peluquero lo mira, oscuro. Hombre pierde segundad.) No… ooo. No quise decir que
estuviera sucio. Tanto cliente, tanto pelo. Tanta cortada de pelo, y habrá pelo
de barba también, y entonces se mezcla que... ¡Cómo crece el pelo!, ¿en?
¡Mejor para usted! (Lanza una risa
estúpida.) Digo, porque... Si fuéramos calvos, usted se rascaría. (Se interrumpe. Rápidamente.) No quise
decir esto. Tendría otro trabajo.
PELUQUERO. (neutro) -Podría ser médico.
HOMBRE (aliviado). — ¡Ah! ¿A usted le gustaría ser
médico? Operar, curar. Lástima que la gente se muere,
¿no? (Risueño) ¡Siempre se le muere la gente a los médicos! Tarde o temprano... (Ríe y termina con un gesto.
Rostro muy oscuro del Peluquero. Hombre se asusta.) ¡No, a usted no se le moriría! Tendría clientes, pacientes
de mucha edad, (mirada inescrutable) longevos. (Sigue la mirada) ¡Seríamos inmortales! Con usted de médico, ¡seríamos inmortales!
¿no? (Risueño) ¡Siempre se le muere la gente a los médicos! Tarde o temprano... (Ríe y termina con un gesto.
Rostro muy oscuro del Peluquero. Hombre se asusta.) ¡No, a usted no se le moriría! Tendría clientes, pacientes
de mucha edad, (mirada inescrutable) longevos. (Sigue la mirada) ¡Seríamos inmortales! Con usted de médico, ¡seríamos inmortales!
PELUQUERO (bajo y triste). -Idioteces. (Se
acerca al espejo, se mira. Se acerca y se aleja, como si no se viera bien. Mira
después al Hombre, como si este fuera culpable.)
HOMBRE. —No se ve. (Impulsivamente, toma el trapo con el que
limpió el sillón y limpia el espejo. El Peluquero le saca el trapo de las
manos y le da otro más chico.) Gracias. (Limpia
empeñosamente el espejo. Lo escupe. Refriega. Contento.) Mírese. Estaba
cagado de moscas,
PELUQUERO (lúgubre).
-¿Moscas?
HOMBRE -No, no. Polvo.
PELUQUERO (ídem).
-¿Polvo?
HOMBRE —No, no. Empañado.
Empañado por el aliento. (Rápido.)
¡Mío! (Limpia.) Son buenos espejos,
Los de ahora nos hacen caras de...
PELUQUERO (mortecino).
—Marmotas...
HOMBRE (seguro). — ¡Sí, de marmotas! (El Peluquero, como si efectuara una
comprobación, se mira en
el espejo, y luego mira al Hombre. Hombre, rectifica velozmente.) ¡No a todos! ¡A los que son marmotas! ¡A mí!
¡Más marmota de lo que soy!
el espejo, y luego mira al Hombre. Hombre, rectifica velozmente.) ¡No a todos! ¡A los que son marmotas! ¡A mí!
¡Más marmota de lo que soy!
PELUQUERO (triste y mortecino). –Imposible. (Se mira en el espejo. Se pasa la mano por las mejillas, apreciando si
tiene barba. Se toca el pelo, que lleva largo, se estira los mechones.)
HOMBRE —Y a usted, ¿quién le
corta el pelo? ¿Usted? Qué problema. Como el dentista. La idea de un dentista
abriéndole la boca a otro dentista, me causa gracia. (El Peluquero lo mira. Pierde seguridad.) Abrir la boca y sacarse
uno mismo una muela... No se puede... Aunque un peluquero sí, con un espejo... (Mueve los dedos en tijera sobre su nuca.)
A mí, qué quiere, meter la cabeza en la trompa de los otros, me da asco. No es
como el pelo, Mejor ser peluquero que dentista. Es más... higiénico. Ahora la
gente no tiene... piojos. Un poco de caspa, seborrea. (El Peluquero se abre los mechones sobre el cráneo, mira como
efectuando una comprobación, luego mira al Hombre.) No, usted no, ¡Qué va!
¡Yo! (Rectifica.) Yo tampoco...
Conmigo puede estar tranquilo. (El
Peluquero se sienta en el sillón. Señala los objetos para afeitar, Hombre mira
los utensilios y luego al Peluquero. Recibe la precisa insinuación. Retrocede.)
Yo... yo no sé. Nunca...
PELUQUERO (mortecino).
—Anímese. (Se anuda el paño blanco bajo
el cuello, espera pacíficamente.)
HOMBRE (decidido).
—Dígame, ¿usted hace con todos así?
PELUQUERO (muy
triste). — ¿Qué hago? (Se aplasta
sobre el asiento.)
HOMBRE —No, ¡porque no tiene
tantas caras! (Ríe sin convicción.) Una
vez que lo afeitó uno, los otros ya... ¿qué van a encontrar? (El Peluquero señala los utensilios.)
Bueno, si usted quiere, ¿por qué no? Una vez, de chico, todos cruzaban un
charco maloliente, verde y yo no quise. ¡Yo no!, dije. ¡Que lo crucen los
imbéciles!
PELUQUERO (triste). -¿Se cayó?
HOMBRE -¿Yo? No... Me tiraron,
porque (se encoge de hombros) les dio... bronca que yo no quisiera…
arriesgarme… (Se reanima) Así que… ¿por
qué no? Cruzar el charco o... después de todo, afeitar ¿eh? ¿Qué habilidad se
necesita? ¡Hasta los imbéciles se afeitan! Ninguna habilidad especial. ¡Hay
cada animal que es pelu...! (Se
interrumpe. El Peluquero lo mira, tétrico.) Pero no. Hay que tener pulso,
mano firme, mirada penetran... te para ver… los pelos… Los que se enroscan me
los saco con una pincita. (El Peluquero
suspira profundamente.) ¡Voy, voy! No sea impaciente. (Le enjabona la cara.) Así. Nunca vi a un tipo tan impaciente como
usted. Es reventante. (Se da cuenta de lo
que ha dicho, rectifica.) No, usted es un reventante dinámico. Reventante
para los demás. A mí no... No me afecta. Yo lo comprendo. La acción es la sal
de la vida y la vida es acción y... (Le
tiembla la mano, le mete la brocha enjabonada en la boca. Lentamente, el
Peluquero toma un extremo del paño y se limpia. Lo mira) Disculpe. (Le acerca la navaja a la cara. inmoviliza el
gesto, observa la navaja que es vieja y oxidada. Con un hilo de voz.) Está
mellada.
PELUQUERO (lúgubre). -Impecable.
HOMBRE —Un poco... Claro, usted
tiene más experiencia que yo... Le creo. (Mira
con horror la navaja, se la acerca a los ojos, la aleja.) ¿Siempre afeitó
con esto? (El Peluquero asiente.) Les
debe romper la cara a los... (Mirada
severa del Peluquero.) Si usted puede, ¡yo también! Nunca vi una navaja
así... tan...
PELUQUERO (lúgubre). -Impecable.
HOMBRE —Impecable está (En un arranque desesperado.) Vieja,
oxidada y sin filo ¡pero impecable! (Ríe histérico.) ¡No diga más! Le creo, no
me va a asegurar una cosa por otra. ¿Con qué interés, no? Es su cara. (Bruscamente.)
¿No tiene una correa, una piedra de afilar? (El
Peluquero bufa tristemente. Hombre desanimado.) ¿Un... cuchillo? (Gesto de afilar.) Bueno, tengo mi
carácter y... ¡adelante! Me hacen así (Gesto
de empujar con un dedo.) ¡Y yo ya! ¡Vuelo! (Afeita. Se detiene.) ¿Lo corté? (El Peluquero niega lúgubremente con la cabeza, Hombre, animado,
afeita.) ¡Ay! (Lo seca
apresuradamente con el paño.) No se asuste. (Desorbitado.) ¡Sangre! ¡No, un rasguño! Soy... muy nervioso. Yo me
pongo una telita de cebolla. ¿Tiene... cebollas? (El Peluquero lo mira, oscuro.) ¡Espere! (Revuelve ansiosamente en sus bolsillos. Contento, saca una curita...)
Yo... yo llevo siempre. Por si me duelen los pies, camino mucho, con el
calor... una ampolla acá, y otra... allá. (Le
pone la curita.) ¡Perfecto! ¡Ni que hubiera sido profesional! (El Peluquero se saca el resto de jabón de
la cara, da por concluida la afeitada. Sin levantarse del sillón, adelanta la
cara hacia el espejo, se mira, se arranca la curita, la arroja al suelo. El
Hombre la recoge, trata de alisarla, se la pone en el bolsillo.) La
guardo... está casi nueva... Sirve para otra... afeitada.
PELUQUERO (señala un frasco, mortecino). —Colonia.
HOMBRE — ¡Oh, sí! Colonia. (Destapa el frasco, lo huele.) ¡Qué
fragancia! (Se atora con el olor
nauseabundo. Con asco viene un poco de colonia en sus manos y se las pasa al
Peluquero por la cara. Se sacude las manos para alejar el olor. Se acerca una
mano a la nariz para comprobar si desapareció el olor, la aparta rápidamente
apunto de vomitar.)
PELUQUERO (se tira un mechón. Mortecino). — Pelo.
HOMBRE — ¿También el pelo? Yo...
yo no sé. Esto sí que no sé.
PELUQUERO (ídem). -Pelo.
HOMBRE —Mire, señor. Yo vine aquí
a cortarme el pelo. ¡Yo vine a cortarme el pelo! Jamás afronté una situación así...
tan extraordinaria. Insólita… pero si usted quiere... yo... (toma la tijera, la mira con repugnancia),... soy hombre decidido... a todo. ¡A
todo!... porque... mi mamá me enseñó que... y la vida...
PELUQUERO (tétrico). —Charla. (Suspira.)
¿Por qué no se concentra?
HOMBRE -¿Para qué? ¿Y quién me prohíbe
charlar? (Agita las tijeras.) ¿Quién se atreve? ¡A mí los que se atrevan! (Mirada oscura del Peluquero.) ¿Tengo
que callarme? Como quiera... ¡Usted! ¡Usted será el responsable! No me acuse
si... ¡no hay nada de lo que no me sienta capaz!
PELUQUERO -Pelo.
HOMBRE (tierno y persuasivo) -Por favor, con el pelo no, mejor no meterse
con el pelo... ¿Para qué? Le queda lindo largo... moderno. Se usa...
PELUQUERO (lúgubre e inexorable). -Pelo.
HOMBRE — ¿A sí? ¿Conque pelo?
¡Vamos pues! ¡Usted es duro de mollera!, ¿eh?, pero yo, ¡soy más duro! (Se señala la cabeza.) Una piedra tengo
acá. (Ríe como un condenado a muerte.)
¡No es fácil convencerme! ¡No, señor! Los que lo intentaron no le cuento. ¡No
hace falta! y cuando algo me gusta, nadie me aparta de mi camino, ¡nadie! Y le
aseguro que... No hay nada que me divierta más que... ¡cortar el pelo! ¡Me!...
me enloquece (Con animación,
bruscamente.) ¡Tengo una ampolla en la mano! ¡No puedo cortárselo! (Deja la tijera, contento.) Me duele.
PELUQUERO –Pe-lo.
HOMBRE (empuña las tijeras, vencido). Usted manda.
PELUQUERO –Cante.
HOMBRE — ¿Que yo cante? (Ríe estúpidamente.) Esto sí que no... ¡Nunca! (El Peluquero se incorpora a medias en su
asiento, lo mira. Hombre, con un hilo de voz) Cante, ¿qué? (Como respuesta, el Peluquero se encoge
tristemente de hombros. Se reclina nuevamente sobre el asiento. El Hombre canta
con un hilo de voz.) ¡Fígaro!... ¡Fígaro... qua, fígaro la...! (Empieza a cortar.)
PELUQUERO (mortecino, con fatiga). —Cante mejor. No me gusta.
HOMBRE — ¡Fígaro! (Aumenta el volumen.) ¡Fígaro, Fígaro! (Lanza un gallo tremendo.)
PELUQUERO (ídem) -Cállese.
HOMBRE —Usted manda. ¡El cliente
siempre manda! Aunque el cliente… soy... (mirada
del Peluquero) es usted… (Corta
espantosamente. Quiere arreglar el asunto, pero lo empeora, cada vez más nervioso.) Si no canto, me concentro...
mejor. (Con los dientes apretados.) Sólo pienso en esto, en cortar,
(corta) y... (Con odio.) ¡Ataja ésta! (Corta un gran
mechón. Se asusta de lo que ha hecho. Se separa unos pasos, el mechón en la
mano. Luego se lo quiere pegar en la cabeza al Peluquero. Moja el mechón con
saliva. Insiste. No puede. Sonríe, falsamente risueño.) No, no, no. No se asuste. Corté
un mechoncito largo, pero... ¡no se arruinó nada! El pelo es mi especialidad.
Rebajo y emparejo. (Subrepticiamente,
deja caer el mechón, lo aleja con el pie. Corta.) ¡Muy bien! (Como el Peluquero se mira en el espejo.) ¡La cabecita para abajo! (Quiere
bajarle la cabeza, el Peluquero la levanta.) ¿No quiere? (insiste.) Vaya, vaya, es caprichoso...
El espejo está empañado, ¿eh?, (trata de
empañarlo con el aliento.) No crea que muestra la verdad. (Mira al Peluquero, se le petrífica el aire
risueño, pero insiste.) Cuando las chicas lo vean... dirán, ¿quién le
cortó el pelo a este señor? (Corta
apenas, por encima. Sin convicción.) Un peluquero... francés… (Desolado.) Y no. Fui yo...
PELUQUERO (alza la mano lentamente. Triste.) -Suficiente. (Se va acercando
al espejo, se da cuenta que es un mamarracho, pero no revela una furia ostensible.)
HOMBRE —Puedo seguir. (El Peluquero sigue mirando.) ¡Deme otra
oportunidad! ¡No terminé! Lo rebajo un poco acá, y las patillas, ¡me faltan las
patillas! Y el bigote. No tiene, ¿por qué no se deja el bigote? Yo también me
dejo el bigote, y así ¡como hermanos! (Ríe
angustiosamente. El Peluquero se achata el pelo sobre las sienes. Hombre, se
reanima.) Sí, sí, aplastadito le queda bien, ni pintado. Me gusta. (El Peluquero se levanta del sillón. Hombre
retrocede.) Fue... una experiencia interesante. ¿Cuánto le debo? No, usted
me debería a mí, ¿no? Digo, normalmente. Tampoco es una situación anormal.
Es... divertida. Eso: divertida. (Desorbitado.)
¡Ja-ja-ja! (Humilde.) No, tan
divertida no es. Le... ¿le gusta como... (El
Peluquero lo mira, inescrutable.)... le corté? Por ser... novato... (El Peluquero se estira las mechas de la nuca.)
Podríamos ser socios... ¡No, no! ¡No me quiero meter en sus negocios! ¡Yo sé
que tiene muchos clientes, no se los quiero robar! ¡Son todos suyos! ¡Le
pertenecen! ¡Todo pelito que anda por ahí es suyo! No piense mal. Podría
trabajar gratis. ¡Yo! ¡Por favor! (Casi
llorando.) ¡Yo le dije que no sabía! ¡Usted me arrastró! ¡No puedo negarme
cuando me piden las cosas... bondadosamente! ¿Y qué importa? ¡No le corté un
brazo! Sin un brazo, hubiera podido quejarse. ¡Sin una pierna! ¡Pero fijarse
en el pelo! ¡Qué idiota! ¡No! ¡Idiota, no! ¡El pelo crece! En una semana,
usted, ¡puf!, ¡hasta el suelo! (El
Peluquero le señala el sillón. El Hombre recibe el ofrecimiento incrédulo, se le
iluminan los ojos.) ¿Me toca a mí? (Mira hacía atrás buscando a alguien.) ¿Se dirige a mí? (El Peluquero asiente lentamente con la cabeza.) ¡Bueno, bueno!
¡Por fin nos entendimos! ¡Hay que tener paciencia y todo llega! (Se sienta, ordena, feliz.) ¡Barba y
pelo! (El Peluquero le anuda el paño bajo
el cuello. Hace girar el sillón. Toma la navaja, sonríe. El Hombre levanta la
cabeza.) Córteme
bien. Parejito.
El Peluquero le hunde la navaja. Un gran
alarido. Gira nuevamente el sillón. El paño blanco está empapado de sangre que
escurre hacia el piso. Toma el paño chico y seca delicadamente. Suspira larga,
bondadosamente cansado. Renuncia. Toma la revista y se sienta. Se lleva la
mano a la cabeza, tira y es una peluca la que se saca. La arroja sobre la cabeza
del Hombre. Abre la revista, comienza a silbar dulcemente.